El Tratado de Libre Comercio entre la Unión Europea y EEUU (TTIP)
ajustará a la baja la ya insuficiente protección de los animales en su
crianza, transporte y sacrificio en Europa, al facilitar la entrada de
productos estadounidenses que no garantizan la protección animal básica.
El lobby agroindustrial de la carne estadounidense cree que las negociaciones del TTIP deben servir para contrarrestar las normas europeas. Las consecuencias serán más mercantilización y sufrimiento para los animales, y más peligro para la salud humana.
El lobby agroindustrial de la carne estadounidense cree que las negociaciones del TTIP deben servir para contrarrestar las normas europeas. Las consecuencias serán más mercantilización y sufrimiento para los animales, y más peligro para la salud humana.
Florent Marcellesi
- Lluvia Rojo @EQUOAnimales, actriz y miembro de EQUO Derechos Animales
Hoy sabemos que el tratado de libre comercio entre la Unión Europea y Estados Unidos (llamado TTIP,
por sus siglas en inglés) va a ponerle una alfombra roja a las empresas
multinacionales de uno y otro lado del océano, disminuyendo los
derechos laborales, sociales y medioambientales de la ciudadanía.
Pero ¿qué supone el TTIP para los animales? Poco o nada se ha hablado
de cómo afectará el TTIP a los animales, y es importante hacerlo, porque
con este tratado pende de un hilo la protección a su calidad de vida,
su salud y sus derechos.
En primer lugar, el TTIP, al buscar suprimir también las
barreras comerciales no tarifarias entre la UE y EEUU, tiene como claro
riesgo el ajuste a la baja de las normas que regulan las condiciones de vida animal.
La situación actual en la UE no es ni mucho menos idónea, pero lo
cierto es que, al menos desde una visión antropocéntrica, es más
avanzada.
La UE regula la
protección de los animales de la “finca al plato”, es decir en todas las
fases de producción (crianza, transporte y sacrificio), prohíbe las
hormonas de crecimiento y es menos permisiva con los piensos modificados
genéticamente y los antibióticos. Además, desde el 2013,
prohíbe la experimentación con animales para productos cosméticos, así
como la importación de productos que hayan sido testados con animales, y
tiene una Directiva (la 2010/63/EU, llamada de las 3Rs) que plantea
“reemplazar, reducir y refinar” el uso de animales para propósitos
científicos.
Así que, mientras que la UE tiene el
bienestar animal como principio fundamental a respetar (Tratado de
Lisboa de la Unión Europea, 2009), la legislación federal norteamericana es mucho más pobre que la europea:
sólo existe una regulación federal que incluye algo de protección para
el sacrificio, centrada en el “producto final”; salvo en algunos
Estados, no prohíbe el confinamiento extremo; apoya, junto con sus
multinacionales, el uso de transgénicos para consumo humano y animal;
acepta el clonado de animales para consumo humano; acepta la
experimentación animal para productos de cosmética y limpieza; no
incluye en su Ley de Bienestar Animal a los pájaros, peces, ratas y
ratones, que son las especies más frecuentemente utilizadas en
laboratorios... ¡Y su legislación para el transporte de animales es de
1873!
Por su parte, el lobby agroindustrial de la carne estadounidense
lo tiene clarísimo: las negociaciones del TTIP tienen que servir para
contrarrestar las normas europeas. Por ejemplo, el Consejo Nacional de
Productores de Cerdos de EEUU declara que, en línea con los acuerdos de
la Organización Mundial del Comercio (OMC), el TTIP no tendría que
permitir ninguna restricción de importación europea basada en el
bienestar animal y, entre otras cosas, quieren el final de cualquier
barrera comercial no tarifaria, incluyendo las restricciones sanitarias y
fitosanitarias. Por ejemplo, exigen la autorización de la ractopamina
(aditivo alimenticio usado en EEUU para promover el crecimiento de los
cerdos), que sin embargo ha sido prohibida en más de 150 países,
incluidos los de la UE, por sus efectos secundarios en los animales y
para la salud humana.
Teniendo en cuenta la posición de dominio de las multinacionales en las negociaciones previas, todo indica que:
- En caso de haber una convergencia normativa en el TTIP, ésta se hará tirando hacia abajo las políticas y regulaciones de bienestar animal vigentes en Europa, ya que es harto difícil imaginar que EEUU adecue las suyas a las europeas. Además, la posición negociadora inicial de la Unión Europea ( hecha pública el 8 de enero del 2015) no es para echar cohetes: mientras quiere “preservar el derecho de cada parte de proteger la vida humana, animal o vegetal en su territorio”, punto seguido añade que “las medidas sanitarias y fitosanitarias no deben crear barreras innecesarias al comercio”. Por otra parte, los antecedentes no son buenos: el tratado de libre comercio que se está negociando actualmente entre Canadá y la UE, llamado CETA y verdadero caballo de Troya del TTIP, solo incluye una mención insignificante y no vinculante sobre “bienestar animal”.
- En caso de aprobación del TTIP sin convergencia, habrá un dumping en materia de protección animal, donde las empresas transnacionales intentarán abaratar sus costes relativos al bienestar animal, trasladando su producción a lugares con menor protección.
- Incluso si los productos generados en la UE cumplen con la legislación europea, en los armarios y neveras de los hogares europeos entrarán con más facilidad productos estadounidenses que no garantizan una protección animal básica.
Desde un enfoque de derechos animales, el TTIP no deja lugar a dudas: profundizará en la mercantilización de los seres vivos.
El objetivo de este tratado es diáfano: aumentar el comercio y las
inversiones entre la UE y EEUU a través de, entre otras cosas, un mayor
consumo de productos ganaderos (principalmente carne, huevos y leche).
Un consumo a todas luces insostenible desde un punto de vista ético,
pues cada año a nivel mundial, se sacrifican 60.000 millones de animales
terrestres y 1 billón de animales marinos para el consumo humano. Tal y
como explica Matthieu Ricard, estamos presenciando un verdadero
“genocidio animal” que se caracteriza, entre otras cosas, por la
desvalorización de las víctimas y su exterminación masiva, así como la
desensibilización, disimulación y negación social de los hechos
cometidos.
El TTIP no cuestiona en ningún momento
esta realidad, ni el uso de millones de animales como mero producto para
consumo humano (comida, vestimenta, entretenimiento o experimentación),
ni la reducción del consumo de productos de origen animal. Por
supuesto, ningún negociador -estadounidense o europeo- se ha planteado
siquiera que el mecanismo de resolución de conflictos entre inversores y
Estados (el polémico ISDS) pudiera contar con un defensor de los
animales, como tampoco lo hay de la naturaleza. O sea, en el TTIP nadie tiene en cuenta a los sin voz,
nadie defiende sus intereses y menos sus derechos. Más bien es al
contrario: este tratado sería un salto cualitativo en Europa hacia más
mercantilización de la vida en general y de los animales en particular.
Ante este panorama, las personas y organizaciones que defendemos el
bienestar y los derechos de los animales debemos decir alto y claro: STOP TTIP.
Nos sumamos a la campaña de concienciación europea para que no se
apruebe este tratado y seguiremos luchando en nuestro día a día para que
los animales (no humanos) ocupen el espacio social y político que se
merecen.
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