http://economia.elpais.com/economia/2013/04/05/actualidad/1365198127_391565.html
El Capitolio, en Washington, se transfiguró en muelle. Y la proclama
del presidente de EE UU, Barack Obama —“Hoy lanzamos las negociaciones
para lograr un amplio acuerdo transatlántico con la Unión Europea, que
creará millones de empleos”—, jaleó la botadura del mayor tratado
bilateral posible, un gigantesco transatlántico repleto de medidas
comerciales. “Daremos forma a la mayor zona de libre comercio del
mundo”, coreó el presidente de la Comisión Europea, José Manuel Durao
Barroso. La estela del anuncio aún se percibe en la espuma que levantan
las expresiones de analistas y académicos: “la OTAN del comercio”, “el
Leviatán atlántico”, “la madre de todas las negociaciones comerciales”.
Pero, en dos meses de lenta singladura, ya
se atisban escollos de todo
tipo, que anticipan una navegación tormentosa hasta lo que se patrocina
como el mejor puerto posible.
La idea de un acuerdo de libre comercio entre Estados Unidos y Europa
no es nueva. Y casi siempre se quedó ahí. El transatlántico comercial
abandonó el terreno de las ideas en Madrid, en 1995. Pero, durante una
década, el proyecto quedó en el astillero de aquella cumbre EE UU-UE,
con los esfuerzos de ambos bloques comerciales centrados en la
Organización Mundial del Comercio (OMC). En 2007, cuando la Ronda de
Doha ya boqueaba, Washington y Bruselas se aprestaron a acelerar “el
desarrollo de la integración económica transatlántica”. Pero a los pocos
meses, la iniciativa encalló en los mismos asuntos —subsidios a la
agricultura y a la aviación, s
eguridad alimentaria— que les separaban en
la OMC. (NOTA DE LOS BLOGEROS: ELLOS LO LLAMAN COMIDA NOSOSTROS ANIMALES CON DERECHOS)
“Esta vez la negociación no fracasará porque se rechace desinfectar
pollos con cloro”, afirmó el comisario ede Comercio, Karel de Gucht, en
un encuentro en Bruselas con varios medios europeos, entre ellos EL
PAÍS. La referencia —que mimetiza cada vez que tiene ocasión el ministro
de Asuntos Exteriores alemán, Guido Westerwelle, otro valedor del
acuerdo con EE UU—, al conflicto que quebró las negociaciones hace un
lustro no es baladí: Francia, el país más renuente a un streaptease normativo integral por el libre comercio, encabezó aquel bloqueo.
“¿Por qué es más fácil tener éxito esta vez? Porque necesitamos tener
éxito”, sintetizaron fuentes comunitarias. El sector exterior ha sido
la única fuente de crecimiento para la inmensa mayoría de países
europeos en estos años de crisis, a lo que se une la necesidad imperiosa
de revertir el déficit exterior en las economías más golpeadas (Grecia,
Portugal, España o Italia). “Vamos a ver más presión, y de más países,
al otro lado del Atlántico para avanzar de la que hemos visto en el
pasado”, pronóstico Obama poco después de su anuncio.
La crisis aprieta a Europa. “Debemos tener éxito”, dice la Comisión
“Europa desea más este acuerdo que EE UU, y eso anticipa más
concesiones”,subraya Federico Steinberg, investigador del Real Instituto
Elcano. Pero el profesor de Economía de la Autónoma de Madrid avisa de
que el acuerdo que se persigue “por ambicioso, es más complicado y
difícil de lo que se anuncia”. La vía elegida por De Gucht y el ex
representante estadounidense de Comercio Exterior, Ron Kirk, ha sido
sortear los problemas habituales por elevación: las negociaciones
sobrepasarán el tradicional ámbito de la rebaja de aranceles para
apuntar a
la armonización de todo tipo de leyes, (N.B: EN DETRIMENTO DE LOS ANIMALES) exigencias
administrativas, certificaciones o subsidios que ponen en desventaja a
las empresas cuando tratan de exportar sus mercancías, vender sus
servicios o invertir al otro lado del Atlántico.
“Iremos mucho más allá de lo que podríamos esperar ahora de una ronda
multilateral en la OMC”, aventuró De Gucht. La ambición se extiende a
los plazos: Bruselas y Washington quieren cerrar la negociación en 2014,
que el tratado transatlántico entre en vigor tres años más tarde.
Entre Europa y Estados Unidos aún circula un tercio de los
intercambios del mundo, pero “el comercio bilateral se ha estancado en
la última década”, como señala el informe de impacto económico de la
Comisión, que también refiere que el margen de ganancia por la simple
rebaja arancelaria es limitado: en promedio, las tarifas aplicadas por
UE a las importaciones estadounidenses es del 5,2%; en sentido
contrario, es apenas un 3,5%. Eso sí, hay picos notables, como es el
caso del arancel europeo a la industria del motor y varios alimentos
elaborados; o de las tarifas que fija EE UU al tabaco (un Himalaya del
350%).
La conclusión del grupo de altos funcionarios que ha madurado el
proyecto es que, además de la rebaja arancelaria,
hay que ir a por una
homologación en las normas que rigen todo tipo de actividades
económicas. Para estimar cuánto se ganaría en el intento, se encargó un
informe al Center for the Economic Policy Research (CEPR). El ejercicio,
parte de una amplia encuesta a empresarios de las dos orillas, que
recoge su percepción de las barreras no arancelarias en cada sector. El
resultado, tamizado por el peso económico de cada actividad, la
sensibilidad del negocio a futuros cambios normativos y combinado con
las rebajas arancelarias, arrojaría datos espectaculares en algunas
áreas: el acuerdo más ambicioso llevaría a triplicar los intercambios de
la industria del automóvil en una década.
Y podría aumentar en un 75%
las exportaciones estadounidenses de alimentos (N.B HORMONADOS, DROGADOS, INTOXICADOS,....) elaborados a Europa; o en
un 35% la venta de productos químicos europeos al mercado de EE UU.
La convergencia en normas y requisitos será la clave de las negociaciones
En total, las ventas europeas al mercado estadounidense aumentarían
un 28% en la primera década de aplicación del acuerdo. En el camino de
vuelta, las exportaciones de EE UU se elevarían hasta el 36%. En el
escenario más ambicioso, el PIB de ambos bloques comerciales se elevaría
en torno al 0,5% anual como consecuencia del tratado comercial.
Más allá de las cifras, el estudio apuntala tres lemas:
la
convergencia en las normas puede dar lugar a grandes ganancias
comerciales, sobre todo en determinadas industrias; la simplificación y
el acceso a mercados de consumo mucho más amplios empujaría la
productividad, clave ante la pujanza de los emergentes. Y el pacto
bilateral impulsará el comercio mundial, en la medida que otros países
aprovechen (y secunden) la unificación de normas.
“Pocas veces será posible cambiar las normas para que sean
similares”, conceden fuentes comunitarias, “pero cuando el nivel de
protección ya es parecido, y eso pasa en muchos sectores en este caso,
puede bastar con el mutuo reconocimiento”. Los altos funcionarios de la
Comisión esgrimen ese “mutuo reconocimiento” como un atajo. Y brindan un
ejemplo: Estados Unidos y Europa exigen un nivel de seguridad similar a
los coches, pero para alcanzarlo exigen el cumplimiento de medidas
distintas. Si el certificado europeo valiese para EE UU (o viceversa),
se evitarían modificaciones que, según Bruselas, elevan los costes hasta
un 20%.
A bote pronto, es una idea sencilla y con muchas probabilidades de prosperar, ya que las compañías del motor, a ambos lados del
charco,
la respaldan. No es el caso para la mayor parte de la regulación
conflictiva. Entre otras cosas, porque responden a delicados equilibrios
a 27, en el caso de la UE. O porque afectan también a las competencias
de medio centenar de gobiernos estatales, en el caso de Estados Unidos.
Otro año de comercio mundial débil
A. G.
(...)
Las normas europeas prohíben o restringen con dureza los cultivos
transgénicos, el uso de hormonas de crecimiento en el ganado, los
suplementos alimenticios o la aplicación masiva de antibióticos, lo que
provoca las recriminaciones estadounidenses desde hace años. Las
autoridades de EE UU también creen que las denominaciones de origen
europeas son una vía enmascarada de proteccionismo, que se suma a los
aranceles, más altos en el sector agrario europeo.
A su vez, Europa exige a la Administración Obama que derogue la cláusula
Buy American,
que impide a las compañías europeas optar a contratos públicos. O que
abra el transporte naval y el transporte aéreo —las líneas internas
están casi vedadas a compañías europeas— a la competencia. No es el
único foco de conflicto en el sector: los subsidios a Airbus y Boeing
son fuente habitual de tensiones, y EE UU reprocha a la UE que haga
pagar a sus compañías aéreas la tasa por emisiones contaminantes.
“Es demasiado complejo para cerrarlo en un año”, avisa García-Legaz
(...)
Los agricultores del Viejo Continente también están en guardia. “En
Europa, con muchas dificultades, pese a la presión enorme de la
industria transgénica, se intenta avanzar en seguridad alimentaria”,
sostiene Javier Sánchez, coordinador europeo de Vía Campesina. “Cuando
Barroso nos explicó en el comité económico y social europeo lo que
pretende, todos miramos a Francia”.
Frente al entusiasmo de Washington, Berlín, Bruselas o Londres, el
Ejecutivo de Hollande opone cautela y reservas. “Podemos ganar todos,
siempre que no nos aceleremos”, indicó hace dos semanas la ministra de
Comercio francesa, Nicole Bricq.
Cualquier avance en el uso de hormonas
de crecimiento o en la autorización de transgénicos, avisó, dará al
traste con la negociación. Y marcó otra línea roja: “Queremos fuera de
la negociación todo lo que tenga que ver con la cultura”.
“Si cada uno empezamos a hacer excepciones, el acuerdo quedará muy
descafeinado”, rebate el secretario de Estado de Comercio español, Jaime
García-Legaz, quien sostiene que el apoyo entre los 27 a las
negociaciones es “abrumador”. “Alemania, Reino Unido, Italia, Holanda o
Austria están claramente a favor. Y Francia no está en contra”, tercia,
diplomático. Sobre la posición española hay pocas dudas. El propio
García-Legaz, participó en un estudio colectivo en favor de un área de
libre comercio, en FAES, la fundación del PP. Y acaba de publicar una
ampliación del estudio junto al economista estadounidense Joseph
Quinlan.
García-Legaz coincide con la visión de la Comisión: “Hay que ir a por
un acuerdo ambicioso, cuanto más amplio, mejor para España. Las
empresas españolas han ganado presencia en el mercado estadounidense, se
beneficiarán de normas más abiertas”.(....)
“Es demasiado complejo para cerrarlo en un año”, concede
García-Legaz. Sobre todo cuando la distancia entre las palabras y los
hechos es ya significativa. Obama aún no ha encontrado sustituto a Kirk
como representante de Comercio Exterior, mientras que el interino en el
cargo lamenta los recortes presupuestarios ante los múltiples frentes
abiertos. El presidente de EE UU tampoco ha hecho movimiento alguno para
pedir una autorización especial al Congreso (
fast track), sin
la que la opción de una negociación rápida y determinante mengua. En
Europa, De Gucht todavía tiene que lograr que los líderes de los
Veintisiete aprueben un mandato, que balice las discusiones, antes de
junio. El transatlántico del comercio apenas ha dejado atrás la dársena
de las buenas palabras. Aguarda una travesía incierta. N.B. PAREMOS NUESTRA SENTENCIA A LA ESCLAVITUD DE LOS MERCADOS